lunes, 24 de agosto de 2009

Reparación del muro

Hay algo que no siente amor por un muro,
que envía la hinchazón del suelo helado abajo
y desparrama las piedras de arriba al sol,
dejando huecos por los que hasta dos pueden pasar de frente.
El trabajo de cazadores es otra cosa:
he llegado después de ellos para arreglar los desperfectos
donde no han dejado piedra sobre piedra
porque querían que el conejo saliera de su escondite
a fin de complacer la excitada jauría. Hablo de los huecos
que nadie les vio ni les oyó hacer
pero que al llegar el tiempo de los arreglos, en primavera, ahí hallamos.
Se lo hago saber al vecino que tengo más allá de la colina;
y en un día convenido nos reunimos para recorrer el límite
y levantar, una vez más, el muro que nos separa.
Cada uno se mantiene de su lado del muro mientras avanzamos:
A cada uno las piedras que le han caído a cada uno.
Y unas son cuadradas y otras se parecen tanto a bolas
que hemos de usar un conjunto para que se estén en equilibrio:
“¡Quédate donde estás hasta que volvamos las espaldas!”
Los dedos se nos ponen ásperos, de tanto tocarlas.
¡Oh! Sólo es otra clase de juego al aire libre,
uno a cada lado. Es poco más que esto:
ahí donde está no nos hace falta el muro:
lo de él es todo pinos y lo mío, manzanos.
Le digo que mis manzanas no se van a cruzar
para engullir las piñas que hay bajo sus pinos.
Él sólo me dice: “Los buenos cercos hacen buenos vecinos”.
La Primavera es el diablo que anda en mí, y me pregunto
si podría meterle una idea en la cabeza:
“¿Por qué es que hacen buenos vecinos? ¿No es eso
donde hay vacas? Pero, aquí no las hay.
Antes de levantar un muro me gustaría saber
qué es lo que dejo de un lado y qué, lo que queda al otro,
y a quién podría ser que le causara daño.
Hay algo que no siente amor por un muro,
que quiere que caiga. Yo podría hablarle de duendes,
pero no se trata de eso, precisamente, y me gustaría más
que fuera él quien, por su parte, lo dijera. Lo veo ahí,
trayendo firmemente, agarradas de arriba, un par de piedras,
una en cada mano, como un salvaje armado de la Edad de Piedra.
Se mueve entre sombras, eso me parece,
no sólo del bosque, a la sombra de árboles.
No quiere darle vueltas al refrán de su padre.
Y prefiere, tras juzgarlo tan bueno,
decirme de nuevo: “Los buenos cercos hacen buenos vecinos”.

 Robert Frost, North of Boston, 1915.

 versión en idioma original: http://www.writing.upenn.edu/~afilreis/88/frost-mending.html


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