lunes, 24 de agosto de 2009

Los huéspedes…

Los huéspedes no están. Sobre la mesa
el vino sangra todavía. Duele
la carne cortajeada, el abandono,
de la carne sobrante, negra y seca,
que la grasa comprime. En la cocina,
las ollas varicosas, los manteles,
se mezclan con botellas y cubiertos,
y hay un olor confuso a estopa hervida,
a sudor vegetal, a paz quebrada
por un atolondrado vino fino
de almidón y vapores de colonia.

Han andado los huéspedes. Aún brillan
sus gemelos hinchados, aún rebotan
sus pisadas de cera en los roperos,
en el baño, detrás de las toallas,
frente al terror dental de los cepillos,
y hay trozos aún de charla en la quemada
sabiduría de los ceniceros.
La calma se adelanta. Va a mi encuentro.
Me observa con piedad y, titubeando,
se instala en la caverna de mi pulso
que ha retomado la frescura. Creo
que ninguno me habló de las abejas,
de lo que siempre espero que me hablen.

Roberto Themis Speroni, 1964.

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